Allá por los 80 y pico, desde canal 7, Gloria Trevi con las medias rotas, los pelos parados y las piernas abiertas gritaba desde Buenos Aires un montón de palabras que a mi español rioplatense le resultaban extrañas y ajenas.
Nada me identificó en aquella época con sus canciones. Excepto, mi atracción por la rebeldía.
Mis amigos y yo eramos rock and rolleros localistas y para no resultar incultos ni demodé por supuesto, el norte inglés era nuestra Meca Musical.
Por lo tanto Gloria pasó bastante desapercibida para nuestros soberbios e ignorantes oídos.
Claro que todos crecimos, diríamos que nos volvimos viejos y burqueses. También globalista. Y muchos de nosotros nos convertimos en emigrantes.
Cuando el año 99 llegué a Monterrey, Nuevo León, me dí de bruces con una sociedad pacata, conservadora y extraña. Durante el día una ciudad exacerbadamente católica rayando a la extrama derecha de la Iglesia. Por la noche, una ciudad rock and rollera, con olor a mota, sonrisa amigable y sexo en las plazas.
Aprendí el juego de la sociedad regia. Y por sobre todas las cosas aprendí, el lenguaje de Gloria Trevi. Supe de los huevos de esa mujer que salió a cantar sus verdades a su propia ciudad...
Con amor en el medio uno aprende a quererlo todo. Fué así que los regiomontanos me enseñaron a escuchar, a entender y querer el trabajo de aquella mujercita pequeña en estatura y grandiosa en talento.
Aprendí a amar a Gloria y a identificarme con ella. Y nunca es tarde aunque la adolescencia se me quedara guardada en mi closet personal, la Trevi canta a la adolescencia eterna. A esa que salta ante la dualidad de las sociedades que todo lo prohiben a la luz del día y que a la noche, lo habilitan y enriquecen a costa de los valientes que se emborrachan, cojen, y fuman como se les dé la real gana.
sábado, 1 de agosto de 2009
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